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martes, 31 de marzo de 2015

LECTURA RECOMENDADA




Explicar el islam más allá de los fundamentalismos

Hay palabras que producen el efecto contrario al buscado cuando se crearon. Es el caso del termino “ultraislámico” que al significar en nuestro diccionario: “muy” o “demasiado” islámico, no solo deja asociado el islam a los criminales cuyas inhumanas acciones contradicen la fe en nombre de la que dicen cometerlas, sino que instala la falsa noción de que un “exceso” de islam es dañino. Lo cual antes o después corroe los lazos sociales, pues induce a ver en cada semejante que dice ser musulmán, de las 1600 millones de personas que así lo hacen, una bomba de tiempo humana.
Una ruptura simbólica de la percepción del “otro” como semejante que no solo colabora involuntariamente con esa banda organizada de criminales al otorgarle tácitamente una representatividad del “islam” que la Historia y esos millones de musulmanes no les dieron y sí les niegan, sino que además invierte la carga negativa de la prueba, pues cada musulmán pasa a ser sospechoso de ser socialmente peligroso hasta que demuestre lo contrario, aún cuando eso suceda “de hecho y no de derecho”.
Hoy es cada vez más frecuente, cuando “alguien como uno” nos manifiesta que es “árabe”, que nos suscite preguntarle si es “musulmán” y si su repuesta es afirmativa repreguntarle de modo automático con cierto asombro: “Y ... ¿lo practicás? o “¿sos practicante?”, etc, etc. Dada la “falsa noción de exceso” instalada, pocos serán quienes no nieguen, relativicen y algunos hasta resientan ser así identificados en tanto que, como señalaba Amiel Alcalay, “ser abreviado en la multiplicidad de nuestra posible gama de identidades es una forma de opresión”.
Poco contribuyen los “contra” ejemplos que puedan citarse, como las contribuciones históricas a la ciencia y la convivencia pacífica de “los musulmanes y el islam”, o la de nuestra experiencia colectiva local que indica que si bien existen musulmanes desde 1806, ello nunca implico en toda la Historia de nuestro país, conflicto alguno con la forma de vida democrática, puesto que nos deja atrapados en un lógica que viola el principio básico sobre el que se basa esta forma de vida: que el Derecho juzga a las personas por lo que hacen y no por lo que son. Esto es, por las acciones que los individuos realizan y nunca por la identidad colectiva en la que se reconocen, por lo que piensan o por la fe a la que adhieren.
A este poder abrasivo de las palabras, y tal vez también de los dibujos, se refería el escrito anónimo titulado “Cartas de algunos judíos portugueses, alemanes y polacos al señor Voltaire”, motivado por lo que este escribió sobre los judíos en su Diccionario filosófico portátil: “En ellos sólo hallarán un pueblo ignorante y bárbaro que suma la avaricia más indigna a la superstición más detestable y el más horrible odio hacia todos los pueblos que los toleran y enriquecen.” Y añadía: “Sin embargo no hay que quemarlos”. Aseveración a la que los anónimos autores del escrito replicaban: “Señor Voltaire … No basta con no quemar a la gente: se les quema con la pluma y este fuego es todavía más cruel porque su efecto se trasmite a las generaciones futuras”

Hamurabi Noufouri
Arquitecto e historiador. Director del Instituto en Diversidad Cultural — UNTREF


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